lunes, 17 de marzo de 2008

III. El jorobado de Notre Dame

Hoy mi tercera película preferida de Disney...
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EL JOROBADO DE NOTRE DAME
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Basada en la novela de Victor Hugo Nuestra Señora de París, es una de sus mejores adaptaciones, con el permiso de la protagonizada por Anthony Quinn.
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La historia es muy parecida a la de La Bella y la Bestia, pero se aleja un poco más del cuento infantil y presenta a unos personajes algo más reales, si bien no se aleja del patrón de buenos buenísimos y malo malísimo. Tenemos a la bestia como Quasimodo, el jorobado de Notre Dame, oculto en la preciosa catedral de París por su deforme aspecto y criado con la idea de que es un monstruo que debe mantenerse alejado del resto de pesonas, idea inculcada por el malvado juez Frollo (el malo malísimo de la película que desea el exterminio de todos los gitanos de París). Tenemos también a Bella como la hermosa gitana Esmeralda, que conoce a Quasimodo por casualidad y en seguida se encariña de su agradable forma de ser, a pesar de su aspecto físico. Y luego está el tercer punto del triángulo amoroso, que si en la Bella y la Bestia era el malvado Gascón, en esta es el capitán a las órdenes de Frollo, Febo, que pronto duda de las ideas y los métodos de su superior.
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La historia gira en torno a la bella Esmeralda, de la que quedan enamorados los tres personajes masculinos de la película, cada un a su modo. Quasimodo la ama porque es la única persona que ha sido buena con él; Febo, el único con posibilidades de tenerla, se ha enamorado de su valentía y rebeldía; y Frollo la ama porque se siente tentado por su exótico cuerpo y a la vez la odia por esto mismo.
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El final de la película se aleja del típico final feliz en el que la chica termina en manos del protagonista bueno, aunque sí que incluye la derrota del malo y la aceptación en la sociedad del marginado jorobado.
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Cuando, después de haber subido a tientas durante mucho tiempo por la tenebrosa espiral que atraviesa perpendicularmente la espesa muralla de campanarios, se desembocaba por fin en una de las dos plataformas inundadas de luz y de aire, el cuadro que por todas partes se extendía bajo los ojos era bellísimo: un espectáculo sui generis del que sólo pueden hacerse una idea aquellos lectores que hayan tenido la fortuna de ver una villa gótica entera, completa, homogénea como todavía existen algunas en Nuremberg, en Baviera, Vitoria, en España, o incluso algunas muestras más reducidas, siempre que estén bien conservadas, como Vitré en Bretaña o Nordhausen en Prusia. Aquel París de hace trescientos cincuenta años, el París del siglo XV, era ya una ciudad gigante. Generalmente, los parisinos nos equivocamos con frecuencia acerca del terreno que desde entonces creemos haber ganado. París, desde Luis XI, apenas si ha crecido un poco más de una tercera parte; claro que también ha perdido en belleza lo que ha ganado en amplitud. París nació, como se sabe, en esa vieja isla de la Cité, que tiene forma de cuna, siendo sus orillas su primera muralla y el Sena su primer foso.

Victor Hugo,
Nuestra Señora de París (fragmento)

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