jueves, 18 de febrero de 2010

El fin de la cotorra

Hablaba, hablaba sin cesar, hablaba
como si el mundo fuera a terminarse
si dejaba de hablar, como si el hombre
fuese a retroceder a las cavernas
(o más allá, hasta el rudo pitecántropo)
si interrumpía su discurso, como
si el destino del orbe dependiese
de sus palabras, como si los dioses
hablaran por su boca, como si
estuviese cumpliendo una misión
por orden de la reina de Inglaterra
o del papa de Roma, y se jugase
el éxito final en su renuncia
al silencio. Y hablaba, y parloteaba,
y no decía nada, como suele
pasar en estos casos. E impedía
que alguien pudiera articular palabra,
porque le iba la vida en el acoso
y derribo de cuantos pretendían
decirle algo, fuese lo que fuese.
Estuvo hablando sin para diez años,
los que pasó conmigo, en aquel zulo
del infierno donde sobrevivíamos.
De pronto calló. Y os aseguro
que no fuen ada fácil conseguirlo.
Pero calló. Y lo hizo para siempre.

Luis Alberto de Cuenca

Para no decir nada, es mejor no hablar...

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