miércoles, 9 de mayo de 2012

Almas sensibles.

Ayer, leyendo un libro para hacer un trabajo de la universidad, me encontré este fragmento sobre unos carniceros que van a visitar una granja de cerdos. El asco que me dio fue tremendo. No sé si os gustará mucho leerlo, sobre todo si sois almas sensibles.

"Allí querría ver a las almas sensibles, no en el matadero, sino en la granja; allí querría ver a los comedores de salchichas que creen que antes de morir el animal lleva una vida tranquila, comer y dormir, comer y dormir. [...]   cerdos que no podían comer, en los huesos algunos, llenos de heridas infectadas, úlceras, tumores abultados, abscesos de pus, hernias, ciegos unos, mutilados otros, devorados los caídos pese a estar todos desdentados, pues el transportista les explicó que les cortaban los dientes igual que les cortaban el rabo y les arrancaban los testículos, y hasta les hizo una demostración práctica pese a que insistieron en que no era necesario: el hombre [...] agarró un cochinillo al que separó de la teta de su madre, lo levantó por las patas traseras y el animal se sacudía y chillaba. [...] Con unas tijeras de podar le cortó el rabo, y al tirarlo al suelo vieron que el piso arenoso estaba lleno de pequeños muñones como ése. Es para que no se lo muerdan unos a otros y luego se infecte, aclaró el improvisado cirujano. Después colocó al animal entre sus rodillas y lo inmovilizó boca abajo, sacó un cúter del bolsillo y tras abrirlo de patas le rajó el escroto, mientras el cerdo chillaba y se retorcía. Con los dedos le apretó la bolsa hasta que asomaron los pequeños testículos, y con la misma cuchilla los arrancó de un tajo. El cerdo se sacudía sin parar, y su chillido se había vuelto ronco y constante, aunque recuperó intensidad cuando le echó un chorro de desinfectante en las heridas. Lo dejó en el suelo, y el animal intentó volver a su lugar cojeando, pero el transportista lo agarró de nuevo por una pata trasera y lo arrastró consigo hasta un lateral de la nave, donde había un mueble entre cuyos cajones buscó hasta encontrar unos pequeños alicates. Levantó al lechón con una mano, tomándolo por el cuello y apretándole para que mantuviera abierta la boca, y con los alicates lo fue desdentando, aunque aclaró a los horrorizados observadores: no se los arranco, qué va, sólo se los corto, es para que no se coman unos a otros, y ni por ésas." 
La mano invisible
Isaac Rosa
Seix Barral

Cuando terminé el capítulo fui a la cocina a hacerme unos trozos de lomo de cerdo para cenar.

2 comentarios:

  1. dios mío.... ¿de verdad hacen eso? cada vez estoy más cerca de volverme vegetariana

    ResponderEliminar
  2. No sé si hacen eso, pero hay tantas cosas que hacen y que seguro que ni sabemos ni nos gustarían. El caso es que por eso no vamos a dejar de comer carne, ni vamos a dejar de sentir pena por esos animales. La hipocresía del ser humano.

    ResponderEliminar