viernes, 9 de agosto de 2013

Todo cambia.

Tengo siete años. Soy el niño rarito que siempre sonríe y va corriendo a todos los sitios. Cuando me río, parece que vaya a terminar ahogándome. Corro por una calle de Pina, y mi mejor amigo Fermín viene detrás de mí, como siempre. En la piscina miramos a las chicas de lejos, el helado se me escurre derretido entre los dedos, hormigas corretean por mis piernas.

Un bache que coge el autobús en el que viajo hace que me sobresalte y abra los ojos. Miro de reojo a mi novia en el asiento de al lado, también duerme. Vuelvo a cerrar los ojos, prefiero tener siete años.

Qué guapa está hoy Alicia. Hoy y siempre, eso es algo que nunca cambiará. Incluso a los quince años sigue pareciéndome la chica más guapa. Le paso mi cigarrillo mientras intento aguantarme las ganas de toser, aunque al final no puedo evitarlo. Ella se ríe. Me gusta que me agarre por la cintura mientras la llevo en bicicleta.

El sol me da en la cara a través de la ventanilla del autobús. Tengo mucho calor, una gota de sudor se desliza por mi frente. Pero sigo sin querer despertarme.

Alicia me sonríe desde lejos, con sus quince años; parece que esté en el mismo autobús que yo. Siempre he estado enamorado de ella, desde niño, pero nunca la he besado. Fermín está a mi lado, con ese agresivo acné de los quince años. Me dice que siempre seremos amigos, y que me escribirá. Yo lo veo hacerse cada vez más pequeño desde la ventanilla del autobús.

Un frenazo hace que vuelva a abrir los ojos, y esta vez salgo ya de ese sopor que me hacía imposible no distinguir los sueños de la realidad. Pero el paisaje que veo a través de la ventanilla me hace retroceder en el tiempo: veo a lo lejos la ermita de San Gregorio, donde tan bien me lo pasaba de niño en aquellas fiestas de mayo. Esto significa que ya estoy cerca de mi pueblo.

Es la primera vez que vuelvo a Pina desde hace casi veinte años, cuando tenía quince y me marché a vivir a otra parte por culpa de un trabajo de mi padre. Este calor de mediados de agosto es insoportable, pero no me importa, el recuerdo que tengo de las fiestas de San Roque es demasiado bueno, y hace que esté muy ilusionado con llegar cuanto antes. Aunque después de tanto tiempo las fiestas habrán cambiado, como todo cambia. Menos dinero para organizarlas, menos días, y, sobre todo, diferentes generaciones que se lo toman todo de diferente forma.

Paseo por la plaza de España con mi novia, no puedo dejar de sonreír; tras la tapia, la vaca de fuego da vueltas bajo la mirada del pueblo. Veo a Alicia sentada en la terraza, tomándose una cerveza, y ya no me parece tan guapa. Me cuesta reconocer a Fermín cuando se acerca a saludarme, y me cuesta reconocerlo cuando se aleja tras cruzar tres palabras, como si fuéramos dos conocidos más. Cómo han cambiado.

Al final todo cambia. Los amigos cambian, y se van. Los amores cambian, y se acaban. Tú cambias. La vida es cambio, pero si la vida todavía no me ha quitado la sonrisa, ningún cambio lo hará.


Carlos Carranza Comercio.

[Texto para el programa de las fiestas en honor a San Roque de Pina de Ebro. Os invito a venir.]


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