lunes, 14 de octubre de 2013

El Templo del olor a Mal en una falsa Alemania plagada de canciones folclóricas.


Puedes ir si quieres a una Oktoberfest, pero lo más seguro es que acabes en el Templo del mal, un lugar terrorífico más allá de lo imaginable. Sus propietarios no se responsabilizan de las lesiones fortuitas que en su caso pueden sucederte. El aire que se respira es pura maldad, huele a mal; a mal de mierda, de haber tirado mal de la cadena. Y la malvada niña poseída por el vinagre que en este horrible Templo del mal habita no tiene consideración por esa minoría olvidada de la población de alérgicos al vinagre. Sin embargo, nada de esto es lo más terrorífico del lugar; lo más terrorífico es el diseñador de lápidas disléxico que plagó el cementerio del Templo con las macabras siglas RPI y NPI, un misterio todavía sin resolver.

Los visitantes del Templo del mal suelen penetrar en el lugar con un estado de embriaguez producido en ese lugar que hace de antesala, la Antesala del Mal, podríamos llamarlo; o mejor, Oktoberfest. Son demasiadas cervezas repartidas por un grupo de alemanes cantores que obligan a sus espectadores, con sus animados instrumentos, a dar tres saltos sobre inestables mesas de madera, nadar un poco y dar palmadas al ritmo que marcan. Aunque también tienen la capacidad de aburrir soberanamente con unas melodías sacadas de la Alemania más profunda y folclórica, y es que cuándo entenderán estos alemanes que no nos interesa su cultura, que nosotros ya tenemos el Paquito el chocolatero, y que lo único que nos interesa de ellos es su cerveza.

Pero, no temáis valerosos lectores, siempre se puede escapar de este lugar, ya sea en tranvía o en autos de choque.

¡Viva Merkel! ¡Viva la Virgen del Pilar!


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